EsKritores

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jueves, 5 de junio de 2008

Una frase de noche

Un camino desértico, caminaba a solas en una noche oscura y fría en la ciudad de Buenos Aires. Estaba bien abrigado, tenía puesto una campera color negro, un pantalón deportivo, guantes y bufanda pero el frío penetraba en mis mejillas de una manera punzante. Las calles me parecían un recorrido eterno, nunca llegaba a mi destino, no dejaba de dar pasos, no me detenía ya que la posibilidad de tomar un medio de transporte era nula, no tenía nada de dinero en los bolsillos y la última moneda se la había entregado a un anciano que pedía ayuda en el centro porteño de la ciudad.
La marcha era rápida pero las calles largas, me preguntaba si faltaba mucho y miré el letrero de la calle Sanchez de Bustamante; sí, aún tenía mas de cuatro kilómetros de distancia para llegar. Miraba fijo el suelo y mis pensamientos volaban, imaginaba todo tipo de cosas, recordaba todo tipo de recuerdos, la familia, los amigos, algunos alumnos, compañeros de la secundaria, y también la recordaba a ella. Saque del bolsillo del pantalón una caja de cigarrillos ya casi vacía, solo quedaba uno, me detuve y lo prendí, levanté por un momento la vista en aquel momento para largar el humo y un graffiti detuvo mis pasos; todavía recuerdo esa frase, una frase que nunca olvidaría por como me impactó en aquel momento y hoy me deja reflexivo. Seguí con mis pasos y su imagen, la de ella resultaba cada ves mas confusa, pensaba que estaría haciendo en estas horas de la madrugada, si estaría durmiendo, si estaría con alguien más, si estaba afuera, si estaría en su casa, si veía la televisión, si estudiaba, si pensaba en mi… Yo pensaba en ella en aquel momento, pensaba todo tipo de pavadas que surgían en mi imaginación, mientras algunos autos me tocaban bocina para no atropellarme, yo seguía sumergido en un mundo donde muchos dedican poco tiempo, los recuerdos, la memoria, el imaginar constantemente, todo fue mas fuerte luego de cruzarme con esa frase escrita en una pared de un edificio casi abandonado por su aspecto.
Sostenía lo poco que quedaba de mi cigarrillo entre los dedos y decidí sentarme un momento en la plaza, no sabía que plaza era, pero sabía que estaba en el recorrido que seguía. Al sentarme sentí la madera fría del asiento, surgió un escalofríos, di una última pitada a aquel cigarrillo y lo tiré. En aquel momento una mujer se acercó ¿será ella? pregunte tontamente sin pensar en la hora que era y en el lugar incierto que estaba; no era ella, era una joven de unos veinte años, de pelo castaño y unos ojos que a pesar de la oscuridad se notaban que eran de un verde claro. –disculpá ¿ tenés fuego?- me preguntó. Yo sin responder con muchas palabras saqué mi encendedor y se lo di, ella se sentó a lado mío y prendió su cigarrillo - ¿querés uno? – La miré y notaba su tranquilidad a pesar de estar hablando con un extraño a plena madrugada –si, por favor- contesté. – ¿Qué tal? Mi nombre es Esther, ¿Cómo te llamas?- No entendía que pretendía esa mujer con aquella conversación pero simplemente no lo pensé demasiado y contesté secamente –Eduardo-. Me miró mientras exhalaba el humo del cigarrillo y sonrió. –te parecés mucho a mi hermano mayor, también se llama Eduardo y seguramente debe tener tu edad… ¿tenés veintisiete años verdad?-. La situación hubiera resultado incomoda si uno cree que alguien quiere entrar a su intimidad luego de haber pedido un cigarrillo pero esa chica resultaba ser muy amable y de a poco comencé a entablar una conversación amistosa, mi tono de vos ya era diferente y sentía que a medida que iba transcurriendo los minutos ella lograba que yo le contase mi vida, y luego ella me contaba la suya.
Esther era una mujer joven, vivía sola en la capital ya que se había mudado por los estudios universitarios, sus amigas eran pocas, la mayoría compañeras que se cruzaban en la facultad. Su familia integrada por sus padres, su hermano mayor y ella, era una familia muy dispersa, por eso decidió comenzar hacer de su vida sola aquí en la capital. Ella no parecía estar mal, pero en sus ojos veía una profunda tristeza y soledad. - ¿Querés que nos veamos denuevo?- pregunté luego de casi dos horas de conversación. –Cuando quieras Eduardo, yo estoy todos los lunes rondando la plaza sola a estas horas-. La miré y una sonrisa se reflejó en ella, solo contesté –Hasta luego, Esther-.
Luego de haberme levantado y caminado unos metros, vi que ella seguía ahí sentada, sola, sin compañía, y por un momento dude si volver pero era tarde, aún no había llegado a mi destino y ya algunos rayos del sol intentaban borrar la oscuridad de la noche. Pero esta ves no sabía donde era mi destino, no sabía hacia donde caminar, ella, esa persona en quien tanto había pensado, por un momento se borró de mi mente y lo único que pensaba era en Esther ¿estará bien? ¿No tendrá frío? ¿Estará lo suficientemente abrigada? ¿La volveré a ver? Cuando me di cuenta de que no había visto el nombre de la plaza, ya estaba muy lejos y desorientado, no sabía donde estaba parado. Observé un puesto de diario que comenzaba a abrir sus puertas y le pregunté si estaba muy lejos del hotel en que me hospedaba, le di la dirección y milagrosamente ya solo estaba a unas siete cuadras. Al llegar pedí mis llaves y preparé mis valijas; mi vuelo salía en unas horas.
Fue una noche larga pensé cuando volvía a la ciudad de Rosario, no hacía mas de unas horas yo estaba frente a una desconocida, a Esther, hablando de la vida de cada uno y contándonos intimidades que nunca contaríamos a alguien conocido. Sin darme cuenta, ella sabía lo mas secreto mío, lo que muchos quisieron oír de mi durante muchos años de confianza, ella lo había logrado escuchar en unas horas, en una noche. La frase que había leído en aquella pared pareció ser mas que una predicción, fue una señal de lo que iba suceder, no se porque me impactó tanto en un principio pero luego de lo sucedido con aquella muchacha, y después de haberme subido al avión fue cuando me di cuenta de lo que significaba.“No es quien crees, la encontrarás… pero jamás te darás cuenta”

Martin E Kim

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