EsKritores

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domingo, 1 de marzo de 2009

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Aconteció en el mundo que se encuentra entre el sueño y la muerte. Dormitaba con el cuerpo sobre la cama, aunque mi alma y mi mente ya no estaban allí.
Había transcurrido apenas una década y media de mi vida, la cual consistía en agradar al mundo y cumplir mis grandes sueños a través de los mismos logros. Sin embargo, algo abatía y afligía mi ser; no advertía mi triste realidad de un cielo gris que me despertaba cada mañana, de nubes negras que acompañaban mi caminar.
Fue por esta razón que al borde de la muerte me encontré frente a las doradas y preciosas puertas del eterno Reino Celestial, en el cual un hombre me esperaba a entrar por ella, donde tendría mi Juicio Final, único y verdadero.
Sin embargo, este hombre tan peculiar y características particulares, no movió sus labios para dirigirme la palabra. Me hizo señas para que me mantuviera en el lugar, y tras este hecho, el Altísimo apareció frente a mí, y su rostro resplandeciente encendió la mirada más asombrosa que había sentido y jamás habría de sentir. Sus ojos se encontraron con los míos. Había tenido muchas expectativas sobre tal encuentro, pero nunca creí que sería imposible de explicar el amor inmenso que me invadió.
Tres preguntas hizo, de las cuales la primera fue: “¿Qué has hecho con mi Hijo?". Abrazado a El, con una amplia sonrisa, le contesté: "He creído en Él y en Ti, y lo he aceptado como Señor y Salvador".
Instantáneamente, preguntó: “¿Qué has hecho con los dones que te brindé? Me pareció tan obvia la respuesta que en el mismo estado afirmé: "Los utilicé para ser de las mejores, una de las más reconocidas". Allí el Señor calló y fijamente sostuvo su mirada sobre la mía.Comprendí entonces que todas mis acciones habían sido en vano en la Tierra, que nada se lo había entregado a Él, y que poco lugar había ocupado en mi mente. Me aparté. No merecía estar frente al Grandísimo Rey de la Tierra y ya no pude mirarlo. Me postré ante Él, con total humillación. Luego sentí Su mano sobre mi hombro. Se había acercado, e hizo su tercera pregunta en un simple susurro: “¿Quieres quedarte o volver al mundo?” Me partió el alma. Todo lo que amaba se desvanecería para siempre. Todo objetivo a seguir ya no volvería a surgir en nadie. ¿Llorarían mis alrededores?Poco a poco levanté la cabeza, y Él ya no estaba allí. Nuevamente el hombre y yo en la entrada del Paraíso. Firmemente se quedó observando cómo me levantaba, llorando, gimiendo de dolor, y clamando en la lucha espiritual que combatía mi ser, y firmaba: Me quedo, nada de lo que tengo me pertenece, y si vuelvo, quiero devolverle todo”. Cuando finalmente las puertas del Cielo se abrían y me invitaban a pasar, desperté.

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