EsKritores

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martes, 17 de marzo de 2009

Testimonio - María Kim

“Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Qué dicen los hombres que soy yo?
Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista, otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.
Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo.
Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno”. San Marcos 8: 27-30

Cuando vi por primera vez a Dios y pude ver su rostro, tenía trece años. Venía de una familia cristiana, por lo que ya venía escuchando de Él todos los domingos, y en algunas conversaciones en la casa, pero era una cuestión de rutina. Era una religión más, que a pesar de que le daba importancia, sentía una ausencia a la que debía darle prioridad.
Estaba en un retiro espiritual de invierno, en el año 2006; me había tocado un grupo en el que había gente nueva, de otras iglesias o países, y una gran mayoría a los que no les había hablado nunca. Recuerdo con facilidad la anteúltima noche, en la que ya todos nos habíamos hecho grandes amigos, y estábamos orando juntos. En eso, sentí que mi espíritu se elevaba al Cielo. Podía ver las grandes puertas de la Salvación, magníficas y relucientes; eran increíbles. Tal como lo dice la Biblia, se veía de oro. Sin embargo, estaban ahí, cerradas, y no me permitían entrar. Entonces fue cuando pude establecer ese contacto con ese Dios que a muchos les cuesta creer que existe. Luego de todo un momento de tensión, volví a tener la misma visión, con la diferencia de que esta vez sentía una paz indescriptible y las mismas puertas que habían estado cerradas alguna vez, ahora se abrían para darme paso a una nueva vida. Ya no era una religión más, era una forma de vida, que debía comenzar a vivir.
Es difícil recomenzar y reconstruir algo, porque las personas buscan soluciones rápidas y fáciles de resolver. Por la misma razón, hay gente que tiene tantas dudas sobre la existencia de un ser Mayor que creó todo lo que es este mundo, y más. También por el mismo orgullo que tenemos que aprender a superar; es por la falta de aceptación de que alguien sea capaz de hacer algo tan grande, mientras nosotros somos tan insignificantes que apenas podemos trabajar para alimentarnos a nosotros mismos, y decidir que es más fácil creer en que todo salió de la nada.
Personalmente, creo que cada uno experimenta el poder de Dios en diferentes maneras, de acuerdo al Plan que Él tiene preparado. Cuando no buscamos Su voluntad, perdemos ese contacto con El, y buscamos la respuesta en la sociedad que nos rodea. Yo no sabía esto, hasta que una persona, que solía pertenecer en el pedazo más grande de mi corazón, me lo enseñó. Junto a este individuo aprendí a sobrevivir en este mundo lleno de falsedad buscando la voluntad de Dios en todo lo que hacemos, y ponerlo a Él en primer lugar. No fueron meses fáciles de sobrellevar. Sin embargo, la respuesta a la pregunta ¿por qué Dios hace sufrir tanto a las personas si supuestamente las ama? es una repregunta: ¿esta persona está agradando a Dios o simplemente vive para sí mismo? En ese caso, ¿no sería la misma persona que se está haciendo sufrir sola?
Todo es posible si Dios está con nosotros. Ahora, a pesar de los problemas que me pueden llegar a agobiar, tengo la convicción de que algún día voy a entrar por la Puerta Triunfal y que todo mal va a desaparecer.
¿No sería bastante egoísta no comenzar a compartir esta felicidad con otras personas? Al fin y al cabo, Jesús mismo se lo comisionó a sus discípulos en San Lucas 16:15 “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Es por esto que escribo este testimonio, para dar a conocer al mundo cómo Dios tocó mi vida, y que Él es quien da la esperanza de que la felicidad sí es posible de hallar.

“Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero. Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.”
-San Juan: 21: 24-25-

domingo, 1 de marzo de 2009

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Aconteció en el mundo que se encuentra entre el sueño y la muerte. Dormitaba con el cuerpo sobre la cama, aunque mi alma y mi mente ya no estaban allí.
Había transcurrido apenas una década y media de mi vida, la cual consistía en agradar al mundo y cumplir mis grandes sueños a través de los mismos logros. Sin embargo, algo abatía y afligía mi ser; no advertía mi triste realidad de un cielo gris que me despertaba cada mañana, de nubes negras que acompañaban mi caminar.
Fue por esta razón que al borde de la muerte me encontré frente a las doradas y preciosas puertas del eterno Reino Celestial, en el cual un hombre me esperaba a entrar por ella, donde tendría mi Juicio Final, único y verdadero.
Sin embargo, este hombre tan peculiar y características particulares, no movió sus labios para dirigirme la palabra. Me hizo señas para que me mantuviera en el lugar, y tras este hecho, el Altísimo apareció frente a mí, y su rostro resplandeciente encendió la mirada más asombrosa que había sentido y jamás habría de sentir. Sus ojos se encontraron con los míos. Había tenido muchas expectativas sobre tal encuentro, pero nunca creí que sería imposible de explicar el amor inmenso que me invadió.
Tres preguntas hizo, de las cuales la primera fue: “¿Qué has hecho con mi Hijo?". Abrazado a El, con una amplia sonrisa, le contesté: "He creído en Él y en Ti, y lo he aceptado como Señor y Salvador".
Instantáneamente, preguntó: “¿Qué has hecho con los dones que te brindé? Me pareció tan obvia la respuesta que en el mismo estado afirmé: "Los utilicé para ser de las mejores, una de las más reconocidas". Allí el Señor calló y fijamente sostuvo su mirada sobre la mía.Comprendí entonces que todas mis acciones habían sido en vano en la Tierra, que nada se lo había entregado a Él, y que poco lugar había ocupado en mi mente. Me aparté. No merecía estar frente al Grandísimo Rey de la Tierra y ya no pude mirarlo. Me postré ante Él, con total humillación. Luego sentí Su mano sobre mi hombro. Se había acercado, e hizo su tercera pregunta en un simple susurro: “¿Quieres quedarte o volver al mundo?” Me partió el alma. Todo lo que amaba se desvanecería para siempre. Todo objetivo a seguir ya no volvería a surgir en nadie. ¿Llorarían mis alrededores?Poco a poco levanté la cabeza, y Él ya no estaba allí. Nuevamente el hombre y yo en la entrada del Paraíso. Firmemente se quedó observando cómo me levantaba, llorando, gimiendo de dolor, y clamando en la lucha espiritual que combatía mi ser, y firmaba: Me quedo, nada de lo que tengo me pertenece, y si vuelvo, quiero devolverle todo”. Cuando finalmente las puertas del Cielo se abrían y me invitaban a pasar, desperté.

Creencia Universal

No comprendo. No comprendo a aquellas personas que, buscando la paz, se encuentran con la envidia y el rencor, luchando por la guerra que se forma en sus corazones a causa de la misma. Los invaden la locura, el orgullo, el egocentrismo. El egoísmo comienza a hacerse presente a lo largo de los segundos que ya no tienen un final asegurado; es más, pareciera como si nunca se dispusiera a desaparecer. Entonces el verdadero motivo de la batalla se va desvaneciendo como los granos de arena del propio reloj que marca la hora. No me comprendo a mí misma, convirtiéndome en lo que desprecié por mucho tiempo: con la diferencia de que ya nadie puede hacer nada al respecto. ¿Es que ya no hay conciencia de la situación por la que estamos pasando? Es el orgullo y el egoísmo lo que causa desde el más mínimo conflicto hasta lo que fue la bomba de Hiroshima ocurrida en Japón por parte de sus opositores; es el hecho de dejarnos llevar por los sentimientos como el rencor lo que no nos permiten razonar con precisión y ver el mundo como realmente es. Y si nos quejamos de quienes están frente a nosotros; ¿No será que son nuestra imagen reflejada en un simple espejo? Clamen a su Dios; seguramente contestará a sus plegarias como el mío responde a las mías.

dicho de un amor desprendido

"Dime, amor mío, ¿acaso no creerás las afanes que oyes? Por favor, créeme que todo es mentira y sólo mi boca puede contestar la verdad ante esta ocasión sin sentido que nos confunde a ambos. Escucha y siente la voz que sale de mi interior, y comprenderás que aun te amo a la distancia; que no importa el tiempo, el lugar, el mundo en el que tenga que vivir, pues mantengo mi postura a pesar de todos los obstáculos que deba superar por causa tuya. ¿No será acaso que nos estamos dejando llevar por el olvido? Prometiste nunca dejarme caer de tus brazos y tocar el suelo jamás, porque al cielo llegaríamos juntos, y Dios estaría orgulloso de tenernos a su lado. Prometiste no olvidarme así como yo también lo hice, y sin embargo, ¿qué nos sucede? Porque todo aquello que nos rodea intenta alejarnos para siempre y mantenernos a carne viva, aunque quemándose cada órgano de nuestro cuerpo… y nuestros corazones; pretendiendo que todo aquello que se ha construido a lo largo de la historia se destruya y quede hecho cenizas para no ser capaces de volver a empezar. Es que son las decisiones que toma nuestra conciencia, que sin darse cuenta, constantemente se deja llevar por las emociones; tan falsas, tan incoherentes a veces. Por otro lado el alma nos pide a gritos nuestro reencuentro… ¿o es que también ya has olvidado que debes escuchar lo que te dicta? Este mundo, tan insensato, tan insensible, tan desprendido… Me encantaría saber cuándo será el día en que todo volverá a estar en orden, y todo ser humano pueda encontrar el amor… ese amor que realmente valga la pena, que tan pocos lo conocen porque no saben el verdadero significado de la palabra y puedan hallar la felicidad. Entonces, querido, dispongámonos a resolver aquel misterio y descubrir qué es finalmente el amor para luego poder saber lo que acontecerá; pero prométeme, que no volverás a oír las mentiras que la sociedad te impone. Hasta entonces, nuestros rostros no se volverán a cruzar".