EsKritores

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miércoles, 21 de abril de 2010

Susurros de una dulce melodía – Por Martín Kim

Susurros de una dulce melodía,
Veo el instante en que se asoma el día.
Rebosante sonatas me inundan de alegría,
Las teclas cómplices enamoran y sobresaltan simpatía.

La calidez proviene de esa alquimia,
Mezcla de color, sangre y glosalía.
Redunda la sabia inexperta,
Quien tendrá acceso sutil hacia aquella puerta.

Alguna vez le pregunté a mi Señor,
¿Será verdad este sueño que despierta amor?
“La resolución es prueba de tu Fe,
Es hoy cuando tu debes creer”.

La noche cae y desvanece sin piedad el día.
Lloré observando mi alma vacía.
Ayer contemplaba aquella cariñosa y graciosa sonatina,
Y es hoy, cuando me arrepiento no haberte dicho... cuanto te quería.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El Servidor - por Martin Kim

El Servidor

De qué sirve cerrar si no hay candado
De qué sirve abrir si está vacío
De qué sirve decir si no hay oídos
De qué sirve escuchar si no hay sonidos

Servir significa dar
Pero dar sin recibir no tiene sentido
Soy humano y servir no es mi estilo
El estilo de siervo no es comprendido

Adentro se encuentra vacío
Poseo las llaves pero no el deseo de abrirlo
Llaves que duelen, llaves que lastiman
Solo un servidor puede descubrirlo

Sirve cerrar si no hay candado
Sirve abrir si está vacío
Sirve decir si no hay oídos
Sirve escuchar si no hay sonido

Porque el servidor cerró sin candado
Abrió para llenar sentido
Habló sin ser escuchado
Oyó cuando no hubo oídos

A esto le llamo sacrificio
Pero otros lo llamarán olvido
Servir significa dar
Y aquel servidor le dio sentido

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La vida dedicada a la inspiración

¿Qué dirán? ¿Que la sabiduría proviene de la experiencia? ¿Que la verdad la tienen quienes la poseen? ¿Que los jóvenes no deberían ser capaces de soñar y por lo tanto todo lo que dicen se lo considera una deliración? No. Y la respuesta al porqué, es ciertamente que las decisiones más importantes son tomadas a partir de este momento. A partir de siempre; porque justamente como es dicho, nunca es tarde para comenzar a vivir.

Rumbos. Son los días que van y vienen; corren sin permitirse un descanso. Son los sueños que al ver ciertos programas de televisión nos obligan a ansiar con ser deportistas, actores, cantantes, pilotos, veterinarios. Hasta que de repente la realidad nos es revelada y el mundo ya no se trata de juegos y diversión, sino, que de un momento tras otro se torna en dificultades cada vez más difíciles de superar.
Aquellas decisiones que alguna vez se encontraban lejanas, y ahora están tan cercas que no sabemos realmente qué camino seguir. El hecho de reflexionar en qué consistirá la vida, sobre qué se basará, y cómo será posible alcanzar esa meta que, a pesar de haberla planeado con extrema emoción y anticipación, alguna vez dudamos de ella. Nos preguntamos, ¿nos proveerá dinero? ¿Superaremos todas nuestras expectativas y seremos capaces de adueñarnos de aquel poderoso concepto al que todos llaman "ëxito"? ¿Qué sucederá con aquellas personas a quienes amamos y junto a quienes crecimos? Con aquellos amores de la adolescencia a los que debemos dejar partir y dejar en el pasado para poder continuar nuestro camino y aprender a independizarnos de las cadenas que nos mantuvieron encarcelados durante tantos años, que aunque nos cueste aceptarlo, han dado un paso tras otro para que todo sucediera con mayor rapidez.
Realidad y ficción. Realidad y confusión. Realidad y el deseo de no querer avanzar más aunque de corazón querramos hacerlo, para no perder lo que hemos ganado con tanto esfuerzo y valor.
Y sin embargo, justamente de eso se trata la vida: destruir una edificación para construir una mejor, aunque la base esencial de nuestro rendimiento sea la misma. De seguir intentando, de tirar aquella gran roca que aparenta estorbar con simpleza nuestro camino, para luego econtrarnos con otra, superarla, y luego con otra, y así llegar hasta el final.
El final que marca un nuevo comienzo junto a quienes vale la pena vivir.


martes, 17 de marzo de 2009

Testimonio - María Kim

“Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Qué dicen los hombres que soy yo?
Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista, otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.
Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo.
Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno”. San Marcos 8: 27-30

Cuando vi por primera vez a Dios y pude ver su rostro, tenía trece años. Venía de una familia cristiana, por lo que ya venía escuchando de Él todos los domingos, y en algunas conversaciones en la casa, pero era una cuestión de rutina. Era una religión más, que a pesar de que le daba importancia, sentía una ausencia a la que debía darle prioridad.
Estaba en un retiro espiritual de invierno, en el año 2006; me había tocado un grupo en el que había gente nueva, de otras iglesias o países, y una gran mayoría a los que no les había hablado nunca. Recuerdo con facilidad la anteúltima noche, en la que ya todos nos habíamos hecho grandes amigos, y estábamos orando juntos. En eso, sentí que mi espíritu se elevaba al Cielo. Podía ver las grandes puertas de la Salvación, magníficas y relucientes; eran increíbles. Tal como lo dice la Biblia, se veía de oro. Sin embargo, estaban ahí, cerradas, y no me permitían entrar. Entonces fue cuando pude establecer ese contacto con ese Dios que a muchos les cuesta creer que existe. Luego de todo un momento de tensión, volví a tener la misma visión, con la diferencia de que esta vez sentía una paz indescriptible y las mismas puertas que habían estado cerradas alguna vez, ahora se abrían para darme paso a una nueva vida. Ya no era una religión más, era una forma de vida, que debía comenzar a vivir.
Es difícil recomenzar y reconstruir algo, porque las personas buscan soluciones rápidas y fáciles de resolver. Por la misma razón, hay gente que tiene tantas dudas sobre la existencia de un ser Mayor que creó todo lo que es este mundo, y más. También por el mismo orgullo que tenemos que aprender a superar; es por la falta de aceptación de que alguien sea capaz de hacer algo tan grande, mientras nosotros somos tan insignificantes que apenas podemos trabajar para alimentarnos a nosotros mismos, y decidir que es más fácil creer en que todo salió de la nada.
Personalmente, creo que cada uno experimenta el poder de Dios en diferentes maneras, de acuerdo al Plan que Él tiene preparado. Cuando no buscamos Su voluntad, perdemos ese contacto con El, y buscamos la respuesta en la sociedad que nos rodea. Yo no sabía esto, hasta que una persona, que solía pertenecer en el pedazo más grande de mi corazón, me lo enseñó. Junto a este individuo aprendí a sobrevivir en este mundo lleno de falsedad buscando la voluntad de Dios en todo lo que hacemos, y ponerlo a Él en primer lugar. No fueron meses fáciles de sobrellevar. Sin embargo, la respuesta a la pregunta ¿por qué Dios hace sufrir tanto a las personas si supuestamente las ama? es una repregunta: ¿esta persona está agradando a Dios o simplemente vive para sí mismo? En ese caso, ¿no sería la misma persona que se está haciendo sufrir sola?
Todo es posible si Dios está con nosotros. Ahora, a pesar de los problemas que me pueden llegar a agobiar, tengo la convicción de que algún día voy a entrar por la Puerta Triunfal y que todo mal va a desaparecer.
¿No sería bastante egoísta no comenzar a compartir esta felicidad con otras personas? Al fin y al cabo, Jesús mismo se lo comisionó a sus discípulos en San Lucas 16:15 “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Es por esto que escribo este testimonio, para dar a conocer al mundo cómo Dios tocó mi vida, y que Él es quien da la esperanza de que la felicidad sí es posible de hallar.

“Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero. Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.”
-San Juan: 21: 24-25-